Cuando se habla de computación en la nube, el debate suele centrarse en el coste por hora, el modelo de pago por uso o el ahorro en infraestructura física. Sin embargo, existen límites técnicos y operativos menos visibles que pueden impactar de forma crítica en el rendimiento y la escalabilidad de las aplicaciones. En esta entrada, exploramos algunas de estas restricciones —como la latencia, el throughput y las limitaciones impuestas por diseño— que también forman parte del “coste real” de operar en la nube.
Más allá del precio: lo que no se ve en la factura
La nube promete elasticidad, escalado automático y acceso global, pero estos beneficios vienen acompañados de una arquitectura distribuida que introduce nuevos desafíos:
- Latencia: Aunque las nubes modernas han reducido los tiempos de respuesta, la latencia sigue siendo un factor relevante en sistemas con múltiples capas distribuidas, especialmente si los servicios cruzan regiones geográficas o dependen de recursos externos (como bases de datos o buckets en S3).
- Throughput: El rendimiento sostenido de entrada/salida (I/O) puede variar considerablemente en función de la clase de almacenamiento, el tipo de instancia, e incluso el patrón de uso. Esto afecta directamente a sistemas de streaming, análisis en tiempo real o motores de búsqueda distribuidos.
Límites por diseño: el modelo de AWS como ejemplo
Una limitación menos evidente pero igualmente importante en la nube es la imposibilidad de escalar ciertos recursos de forma independiente. Por ejemplo, en AWS Lambda, la CPU, el ancho de banda y el rendimiento de disco están directamente ligados a la memoria asignada. Es decir, si una aplicación necesita más potencia de cálculo pero no más memoria, se ve obligada a aumentar ambos, lo que puede derivar en un desperdicio de recursos y costes innecesarios.
Este tipo de restricción también se encuentra en otros servicios como AWS EC2 y AWS Fargate. En EC2, los usuarios deben elegir tipos de instancia con combinaciones fijas de CPU y RAM, sin posibilidad de ajustar estos parámetros de forma granular. En Fargate, aunque existe cierta flexibilidad, sólo se permiten combinaciones específicas de CPU y memoria, restringiendo la capacidad de adaptación a cargas de trabajo particulares.
Estas limitaciones “por diseño” obligan a tomar decisiones arquitectónicas condicionadas por las restricciones del proveedor cloud, más allá de las necesidades reales de la aplicación.
El caso de los entornos ligeros: ¿una salida?
Como se menciona en otras publicaciones de este blog, WebAssembly (WASM) ha surgido como una alternativa viable para ejecutar cargas de trabajo en entornos más portables, ligeros y controlados. WASM permite empaquetar y ejecutar aplicaciones con un consumo mínimo de recursos, facilitando la ejecución en edge nodes, navegadores o incluso dentro de contenedores ultraligeros.
Al desacoplar el rendimiento de la infraestructura subyacente, WASM representa una vía para reducir los costes derivados de la rigidez del modelo cloud tradicional. Además, al no depender directamente del tipo de instancia o de configuraciones específicas del proveedor, ofrece una forma de mitigar parte de los costes ocultos que analizamos aquí.
Conclusión
La nube sigue siendo una herramienta poderosa, pero no está exenta de limitaciones técnicas impuestas por diseño que afectan al rendimiento, la flexibilidad y el coste total de propiedad. Comprender estas restricciones es clave para optimizar arquitecturas y explorar alternativas como WASM, que permiten construir sistemas más eficientes, portables y económicamente sostenibles.
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